El Pirineo da para todo. Para los más avezados y curtidos. Para aquellos que solo quieren curiosear un tanto. Para los “sin responsabilidades. Y también para quienes deben levantar el pie del ritmo, para adaptarlo a los más pequeños. Y, para estos, el trenecito de Artouste es un buen remedio. Para disfrutar de este pequeño tren minero reconvertido en turístico, debemos antes desplazarnos a la localidad que le da nombre a través del puerto de Portalet, adentrándonos 12 kmtrs en Francia a través de uno de los parajes más hermosos y salvajes de Europa (allí vive el oso pardo) Tras mucha curva llegamos  la pequeña presa que ofrece un paisaje digno y bucólico. Es allí donde compraremos las entradas. Cuesta 25 euros para adulto y 18 para niños entre 5-14 años. Los menores de esa edad entran gratis. En primer lugar ascendemos rápidamente a través del telecabina que, en apenas 15 minutos nos va a dejar a unos 2.300 mtrs de altura, delante mismo de la estación de salida. Muy bien organizado, los trenecitos salen cada 1,30 aproximadamente. El recorrido comienza atravesando el angosto “Tunel de l´Ours”, de unos 500 mtrs aproximadamente. Al salir, entramos en un paisaje soberbio. El valle del Artouste, inmaculadamente glaciar, destaca por sus praderas alpinas, sus bosques de pino negro (por allí anda ufano el Urogallo) y por sus pequeñas granjas estivales, esparcidas por aquí y por allí donde se sigue fabricando esos quesos que dan buena fama al valle de Ossoue. Tras una hora de recorrido a través de algún que otro paso estrecho, que obliga al trenecito de ida a parar para que dejar paso al de vuelta, llegamos a la estación terminal. Desde allí comienza un leve ascenso de apenas 20 minutos para disfrutar del maravilloso, aunque represado, ibón de Artouste, cuyas aguas alimentan el valle que acabamos de atravesar. Es un paisaje maravilloso, tal vez socavado por el exceso de gente, sobre todo de aquella que no comprende que se encuentra en un templo de la naturaleza y que, allí, el mejor aliado es el silencio. Pero, superados estos inconvenientes, uno disfruta sin ningún esfuerzo de un circo glaciar salpicado de neveros, supurando agua por todos sus costados y de la visita, desconfiada, de alguna que otra marmota bien cebada.

Lo dicho. Dificultad cero. Atracción turística más que pura montaña. Decepcionante para quienes amamos sudar el Pirineo pero obligada para aquellas familias que tienen que adaptarse a los más pequeños.

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