Hoy os hablaré de la corta pero exigente excursión a la ermita de Santa Ana.

Partiendo desde nuestro hotel, se desciende rápidamente al río entre los terrazos de antiguos cultivos.

Llegamos al puente medieval de la Glera, restaurado durante los años noventa y que a su vera, conserva los arranques de un puente incluso anterior.

Tras disfrutar de un Ara salvaje, hogar de desmanes y nutrias, seguimos rectos como si fuéramos al camping Rio Ara, para, girando a la derecha, avanzar 50 metros y llegar al desvío donde ya se nos señaliza el camino original que ascendía hasta el templo.

Desde aquí, señores y señoras, agachen la cabeza porque arrancamos desde los 900 metros del río, hasta los 1.300 de la ermita sin un solo segundo de descanso.

Atravesamos bosques de quercues, pinos, alamos y algún que otro serbal atravesando en dos ocasiones la pista forestal de las Cutas, la cual nos servirá de guía.

La pista también conduce a Santa Ana pero con dos diferencias; se tarda más y es mucho más aburrida amen de calurosa entre julio y agosto.

Tras una hora verdaderamente dura, llegamos finalmente hasta este pequeño templo, levantado en 1606 por la familia Viu, dueña del llano donde se extiende y donde, hasta final del siglo XIX, hubo una pequeña población vencida por el aislamiento y la autarquía.

Las vistas del valle, desde la confluencia de los ríos Ara y Arazas a la derecha hasta Broto y el Manchoya a la izquierda es sublime; una de las mejores que se pueden ver en el Pirineo, mezcla de naturaleza e historia, con Torla y su casco pequeño y centenario como testigo.

El descenso se realiza por la misma senda solo que esta vez de manera más liviana y sosegada.

 

Tiempo de duración; 3 horas ida y vuelta.

Dificultad: Media Baja